Por Luz Lassizuk
Cuando
era chica dibujaba todo el tiempo, en cualquier papel, en cualquier
momento, con cualquier elemento que estuviera a mi alcance: lápices,
crayones, acuarelas, marcadores. Dibujaba flores, animales, personas,
seres inventados, cosas que veía en la tele, a mi familia, el mundo a mi
alrededor.
Cuando
estaba en primer grado, la escuela a la que iba organizó un concurso de
dibujo para los chicos de primaria. Yo le dije a mi papá, a quien
también le gustaba mucho dibujar, que quería participar. Allí fuimos los
dos, cartuchera en mano y hojas Canson número cinco.
Tengo
el recuerdo de estar en un aula gigante, llena de niños y niñas con sus
padres. La temática era libre, creo, y teníamos un tiempo determinado
para dibujar. Recuerdo que muchos padres dibujaban por sus hijos, porque
ellos “sabían” y lo importante cuando uno participar en un concurso,
por supuesto, es ganar. Recuerdo también, por suerte, a muchos chicos
dibujando. Y recuerdo a mi papá, al lado mío, diciéndome que dibujara
como dibujaba en casa. Como vos sabés.
Dibujé, con marcadores de colores, un paisaje con flores, árboles y
pájaros. Cuando terminé me pareció que algo faltaba, y decidí agregarle a
los pajaritos un sombrero.
Recuerdo que un chico había dibujado un paisaje realista, con árboles que se reflejaban borrosos en la superficie de un lago. Ese va a ganar el concurso pensé, ese sabe dibujar.
Una
semana más tarde, me enteré de que había ganado el primer premio del
grupo de primer grado del concurso de dibujo de la escuela. La maestra
le dijo a mi papá que lo que más le había gustado al jurado habían sido
los pajaritos con sombrero.
Después,
con el tiempo, dejé de dibujar. Era más importante hacer las tareas de
la escuela, que era lo que realmente había que “saber” hacer.
Y
me convertí en esas personas que, cuando miran un dibujo, dicen “¡cómo
me gustaría saber dibujar”! Y me olvidé de los pajaritos con sombrero…
Hace
unos años (hoy tengo 34, ya) pensé que quería volver a acercarme al
dibujo. Sincrónicamente, una amiga que me conoce bastante bien me
regaló un cuaderno para mi cumpleaños y me dijo con una sonrisa: Tiene hojas más gruesas, es para dibujar.
Durante dos años, el cuaderno estuvo ahí, como mirándome en silencio,
sabiendo que yo sabía que él sabía que en algún momento me iba a animar.
Cada
tanto intentaba, y lo abría y trataba de copiar fielmente una imagen
que tenía en la cabeza. Y, obviamente, nunca podía hacerlo “bien”. Nunca
mi idea era igual que mi dibujo. Y claro, era porque “no sabía”
dibujar.
En
Septiembre de 2015 otra amiga, que vive en Canadá, comunica por mail a
los seguidores de su blog (el cual recomiendo por cierto!) que va a
empezar un proyecto personal de dibujo, que durará un año, que la
propuesta es dibujar porque ella quiere reconectarse con esa tarea y
perderle el miedo, que seguirá consignas semanales sacadas de diferentes
libros de dibujo y que quien quiera sumarse estaba invitado. No era un
“taller” de dibujo, ella no “sabía” dibujar, nadie le enseñaría nada a
nadie, simplemente, a partir de diferentes tareas semanales, cada uno de
los participantes dibujaría a su antojo, y luego compartiríamos los
trabajos por Internet.
Le dije que sí, que quería unirme, que quería dibujar.
Y me lo dije a mí misma también.
Septiembre
empezó con garabatos, con lo abstracto: líneas, puntos, figuras, trazos
sin sentido. Me pareció que eso podía, que un par de líneas podía
hacer.
Retomé mi viejo cuaderno y anoté: Proyecto de Dibujo.
Y empecé a dibujar.

Al
poco tiempo, las consignas semanales se convirtieron en una mera
excusa. Como a borbotones, no sé de dónde, comenzaron a aflorar dibujos
de todo tipo. Una línea en la hoja en blanco y después, lo demás.
En
el transcurso de los días, perdí el miedo, perdí el criterio de saber o
no saber, perdí el prejuicio de que mis dibujos son feos, o tontos, o
simples o cursis. Y dibujé, mucho, por mucho tiempo, sin darme cuenta de
que pasaba el tiempo.
Cuatro meses después del inicio del Proyecto de Dibujo,
ya voy por mi cuarto cuaderno y veo los dibujos y me lleno de
felicidad. Porque se despertó lo que estaba dormido, porque afloraron
mis imágenes, porque empecé a conocer nuevos ilustradores,
profesionales, amateurs, porque termino un dibujo y me quedo con la
sensación de una alegría hermosa.


Y
también, por supuesto, como fui entrenada durante muchos años para
desarrollar mi inteligencia lógico-lingüística, reflexiono sobre esto y
digo:
Cosas que aprendí en estos meses de enamoramiento con el dibujo:
Para mí, DIBUJAR ES:
-
Usar otra parte del cerebro, no la racional sino la sensible, la intuitiva. Mirar las figuras y poder buscar el balance de los colores, de las imágenes, sin saber bien por qué.
-
Parecido a meditar, es concentrarse en algo, hacer foco, estar en el aquí y ahora, en el tiempo presente. Un descanso mental: cuando dibujo no puedo pensar en otra cosa, solo puedo estar ahí, comprometida con lo que sucede en la hoja.
-
Aprender a mirar. Ampliar la mirada, empezar a registrar pequeños detalles en las cosas cotidianas, ver las líneas, las formas de las cosas, las texturas de otra manera. Camino por la calle y me imagino cómo dibujaría esto o aquello, la forma de las caras de las personas, los tipos de ojos, de bocas, las formas de las plantas.
-
Expresarse sin las palabras. O a veces con muy poquitas, que cada tanto (por vicio profesional) se cuelan en los dibujos.
-
Entender que lo imperfecto es hermoso. El dibujo no tiene por qué ser realista. Más bien, cuando no lo es, tiene algo de genuino y auténtico que es hermoso. Y eso, que es uno, se vuelve visible para los demás. El ojo hace foco en lo que no vio antes. (Tal vez por eso, el jurado del concursó eligió mis pajaritos con sombrero y no el paisaje realista con reflejos en el lago).
-
Sorprenderse con lo inesperado. No planear. Comenzar con una línea y sin saber qué sucederá después. Seguir placenteramente el recorrido de la imaginación y finalmente descubrir un mundo nuevo.
-
Dejar de lado el criterio de BIEN o MAL. Dejar de lado el prejuicio de que hay que “saber”, de que no hay que equivocarse. Fluir, animarse, intentar. Sorprenderse de lo que uno es capaz de hacer. Somos más creativos que lo que creemos ser.
-
Generar un tiempo y espacio sagrado. Un momento de intimidad con uno mismo, un mimo, un ritual para dibujar.

Dejamos
de dibujar porque nos enseñan que es más importante desarrollar el
pensamiento lógico y lingüístico que cualquier otra inteligencia. Y eso
hacemos mayormente todos los años en que dura nuestra educación formal.
También en esa época, adquirimos la creencia de que para hacer algo, en
este caso dibujar, hay que “saber” y entonces luego, nos pasaremos la
vida diciendo “cómo me gustaría saber dibujar”. Olvidándonos de que
cuando éramos chicos dibujábamos y nos encantaba y no juzgábamos
nuestros dibujos con criterio de bueno o malo.
Creer
que hay que “saber” dibujar implica la creencia de que hay formas
correctas e incorrectas de hacerlo. Sin embargo, lo mismo que en todas
las artes, las formas “incorrectas” hacen a la identidad de un artista.
Encontrar la forma en que uno mismo dibuja algo, es encontrar la propia
forma de expresión, la identidad, lo único que uno tiene y que lo
diferencia del resto.


Recuperar el placer de dibujar, me hizo también reflexionar mucho acerca de la relación entre el arte y la vida. Si
pudiéramos aplicar los mismos criterios para vivir que para construir
una obra de arte... Si fuera tan fácil: estar en el presente,
disfrutando lo que sucede aquí y ahora, dar un primer paso y ver qué
sucede, no planear tanto para no desanimarnos si no sale todo como
queríamos y animarnos a sorprendernos con sucesos que no esperábamos.
Dejar de lado los criterios de bien y mal y entonces no juzgar todo ni a
todos, ni a nosotros mismos. Expresarnos sin palabras, usar otros
lenguajes, otros ritmos. Dedicarnos a observar más, a mirar de otra
manera, a descubrir pequeños detalles que hagan cada día diferente al
otro. Usar más la parte del cerebro no racional, aprender a seguir
nuestras intuiciones, permitirnos ser sensibles con nosotros y frente a
otros. Generar un espacio y tiempo sagrado, para hacernos un mimo, un
regalo, para conectarnos, escucharnos. Y entender – aunque contradiga lo
que nos enseñaron en la escuela - que lo imperfecto es hermoso, que en
el “error” está la belleza y la sorpresa. Y que haciéndole lugar a lo
inesperado , tiene más sentido todo: estar acá, que sea difícil, que
parezca que no se puede, pero igual, animarse a animarse, perder el
miedo y crear, genuinamente, todo el tiempo.

Notas: Para unirte al Drawing Proyect creado por Stephanie Medford (Canadá) podés entrar a http://stephaniemedford.com/the-drawing-project/
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