sábado, 2 de julio de 2016

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Cada vez que me despierto temprano, cansada,
deseando que algo pase y poder dormir un rato más pero igual me levanto.
Cada vez que cargo las bolsas pesadas del supermercado
y me quedan las marcas rojas de la estrangulación de mis dedos.
Cada vez que no voy al teatro porque si no no llego a fin de mes.
Cada vez que me angustio porque no veo cómo será mi vida
veinte años hacia adelante.
Cada vez que no tengo tiempo para almorzar
y me atraganto con una galletita Frutigran mientras espero el colectivo.
Cada vez que voy a trabajar pensando que debería renunciar.
Cada vez que vuelo en una aerolínea barata en la que las azafatas desaparecen cuando hay turbulencias 
y no se sabe si es que ya se tiraron en paracaídas o sólo están durmiendo.
Cada vez que pasan meses sin ver a las personas que quiero.
Cada vez que pierdo el sentido del tiempo en los mares de la web.
Cada vez que no me animo a decirle a alguien lo que necesito.
Cada vez que no me animo a necesitar nada o a nadie.
Cada vez que siento que mi espalda va a partirse en dos 
y me da culpa detenerme a descansar.
Cada vez que mi gato no viene a buscarme a la puerta cuando vuelvo a casa.
Cada vez que en todo el día no tuve un rato para ver la luz del sol.
Mi vida estuvo en peligro.

(Mayo 2016)

Extrañarte es.





 Extrañarte es
volver a casa después de un largo día
con el cuerpo preparado para un abrazo
que no va a recibir.


 

I N F A N C I A


I N F A N C I A

Un campo inmenso, con mucho pasto. Alto, finito y verde. El horizonte se alcanza a ver a lo lejos porque hay mucho espacio entre una casa de madera y otra. Las nubes pasan rápido empujadas por el viento fresco. El olor a sol, el calor del sol en medio del invierno. Los pies que, descalzos, juegan a correr en el pasto, sintiendo la humedad, tocando la tierra con los dedos, ensuciándose las uñas con una línea de roña negra que se limpiará después, más tarde, en la bañadera de la casa en la que el cuerpo se sumergirá por largo rato hasta que las yemas de los dedos envejezcan ochenta años de golpe. No se sabe bien dónde termina el campo, la mirada se pierde en una distancia sin fin. Los pies y la pollera verde con volado de florcitas naranjas se mueve mientras el cuerpo baila al son del viento. El aire frío en la cara, el cielo, la forma de un conejo que se esconde en una nube, los pensamientos son de felicidad.
En un instante, el cielo se prepara para una tormenta. Las nubes cambian su color y el blanco del conejito se vuelve negro. Aunque no terminó el día el cielo ya es todo oscuridad. Casi sin tiempo para entender algo los pies se separan del suelo y el cuerpo comienza a girar en el aire. Un torbellino, un huracán, una fuerza misteriosa y desconocida que marea hasta vomitar. Todos los colores se mezclan, todos los sonidos son de viento. El tiempo se hace borroso e infinito.  La caída en el pasto, el raspón de la tierra en las rodillas y el dolor que hace la piel cuando deja ver la carne. No se sabe cuán lejos o cerca está el hogar, no se sabe si será posible algún día encontrar el camino para volver a casa.

Mayo 2016

Hernia lumbar



Ya no será,

ya no cargaré las bolsas del supermercado a casa,

no daré saltos mortales, no saldré nunca a correr,

no empujaré los muebles para reordenar el living,

no haré pogo en recitales, ni viajaré con mochila, ni daré vuelta el colchón.



No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca

ni si era de verdad lo que dijeron que era,

ni si fue levantar peso,

o fue algo postural,

ni cómo hubiera sido no tener miedo al dolor,

ni sentir la sensación de estar rota para siempre.



Mi cuerpo ya no será para mí más que una casa que duele,

una bomba de tiempo,

un árbol hachado intentando no caer.



No alzaré a mis hijos nunca.

No ayudaré en tu vejez.

No evitaré los calmantes.

No caminaré al morir.






(Inspirado en el poema "Ya no será" de Idea Vilariño)