sábado, 2 de julio de 2016

I N F A N C I A


I N F A N C I A

Un campo inmenso, con mucho pasto. Alto, finito y verde. El horizonte se alcanza a ver a lo lejos porque hay mucho espacio entre una casa de madera y otra. Las nubes pasan rápido empujadas por el viento fresco. El olor a sol, el calor del sol en medio del invierno. Los pies que, descalzos, juegan a correr en el pasto, sintiendo la humedad, tocando la tierra con los dedos, ensuciándose las uñas con una línea de roña negra que se limpiará después, más tarde, en la bañadera de la casa en la que el cuerpo se sumergirá por largo rato hasta que las yemas de los dedos envejezcan ochenta años de golpe. No se sabe bien dónde termina el campo, la mirada se pierde en una distancia sin fin. Los pies y la pollera verde con volado de florcitas naranjas se mueve mientras el cuerpo baila al son del viento. El aire frío en la cara, el cielo, la forma de un conejo que se esconde en una nube, los pensamientos son de felicidad.
En un instante, el cielo se prepara para una tormenta. Las nubes cambian su color y el blanco del conejito se vuelve negro. Aunque no terminó el día el cielo ya es todo oscuridad. Casi sin tiempo para entender algo los pies se separan del suelo y el cuerpo comienza a girar en el aire. Un torbellino, un huracán, una fuerza misteriosa y desconocida que marea hasta vomitar. Todos los colores se mezclan, todos los sonidos son de viento. El tiempo se hace borroso e infinito.  La caída en el pasto, el raspón de la tierra en las rodillas y el dolor que hace la piel cuando deja ver la carne. No se sabe cuán lejos o cerca está el hogar, no se sabe si será posible algún día encontrar el camino para volver a casa.

Mayo 2016

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