Abro los ojos
y veo el blanco despintado del techo de mi cuarto. Entran apenas unos rayitos
de luz por entre las persianas. Veo un punto negro en el techo en donde debería
estar la lámpara colgada. Se ve borroso desde la cama. Pero parece que el punto
se mueve. Trato de levantarme para mirarlo de cerca pero descubro que no puedo.
Mi camisón está pegado al cuerpo y éste a la cama. Intento con fuerza pero no
logro deslizarme ni un milímetro. El punto en el techo sigue moviéndose, o al
menos eso me parece a la distancia. Abro la boca para gritar pidiendo ayuda
pero no sale la voz. Me esfuerzo otra vez, tomando aire profundamente, pero
apenas logro emitir sonidos deformes, como si estuviera hablando bajo el agua.
Cierro los
ojos para llorar. Me duele la panza, la garganta, se me revuelven las tripas y
tengo ganas de vomitar. Pienso que mi mamá siempre decía que a los bebés hay
que acostarlos de costado para que no se ahoguen si vomitan de noche. Yo no
puedo moverme. Voy a morir ahogada en mi propio vómito, pienso. Del asco que me
genera esta imagen vomito de repente. Una catarata amarronada sale de mí hacia
arriba, como un geiser y se estrella contra el techo, contra el punto negro del
techo.
Sigo boca
arriba en la cama que ahora es agua, un agua cristalina en la que yo hago la
plancha y mi camisón se mueve como una medusa en el mar. El punto negro sigue
en el techo pero ahora es una gota gigante y marrón que cuelga. Miro alrededor
y no hay nada, solo el mar calmo y transparente, la orilla a lo lejos y el
techo arriba con la gota que cada vez se estira más hacia abajo, a punto de
caer.
Me alejo de
ella sin perderla de vista, nadando estilo espalda. El camisón se desprende de
mí con el movimiento del agua y quedo vestida solamente con una maya deportiva
color azul con rayas celestes en los costados. La gota marrón que cuelga del techo cada vez es más grande y
ya casi roza el agua.
De golpe se
desprende y cae. Veo que la mancha marrón pasa buceando por debajo de mi
cuerpo. Giro y hundo mi cabeza para mirar la mancha y veo un caballo, marrón con
un snorkel, que se desplaza hacia el fondo.
Intento
divisar hacia dónde va pero siento que alguien me tira fuerte del pelo y me
hace sacar la cabeza del agua. Aprovecho para tomar aire mientras veo unos
azulejos celestes y la tapa de un inodoro. La mano que sostiene mi pelo hunde
mi cabeza en el agua nuevamente. El fondo sigue siendo cristalino pero el
caballo ya no está.
Sin tiempo
para observar nada más, de nuevo el tirón en el pelo, de nuevo los azulejos
celestes, de nuevo el fondo del mar vacío, ya no puedo respirar, de nuevo el
tirón de pelo, mi boca se abre intentando tomar aire, me arden los ojos.
No voy a
decirlo, grito abajo del agua pero mi voz solo es un sonido amorfo.
Siento en la
nuca el frío de un metal contra mi piel, escucho un sonido seco que emite su
eco a través del agua. Mi cuerpo se vuelve blando, como antes mi camisón, como
antes medusa y me voy hacia el fondo moviendo mis tentáculos al ritmo del agua
que ahora, de a poco, se tiñe de rojo.
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