martes, 2 de octubre de 2018

Interior de un bote celeste



Antes de cumplir los setenta Helena se había encaprichado con dejar en el mundo objetos que hablaran de ella. No puede ser que casi tenga setenta años y tan pocas cosas interesantes que hablen de mí cuando ya no esté, decía. Entonces aprendió a tejer. Cuando era chica pensaba que de vieja me gustaría tener el pelo todo blanco, hacerme rodete y tejer por las mañanas. Cuando cumpla setenta tengo que saber tejer y dejar mis tejidos como testigos de mi existencia. Y se compró las agujas y las lanas y por las mañanas tejía sentada en la cama, en camisón, con un gesto de concentración extrema. Pero aunque intentara, Helena no había nacido para la quietud, Helena es movimiento. Le llevó dos meses tejer sólo una bufanda del tamaño de un pañuelo. Cortita y con agujeros me quedó, decía, como la vida misma. Ese es el mensaje que dejo al mundo y se mataba de risa de su impaciencia. Y a mí me encantaba verla reír.

Fragmento. Interior de un bote celeste. 2018.

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