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lunes, 5 de noviembre de 2018

Sobre "El ángel exterminador" de Luis Buñuel




La primera vez que vi El ángel exterminador de Buñuel fue hace muchos años, más de diez. En esa época yo me dedicaba solamente a la actuación y no me animaba todavía a la escritura teatral pero la miraba con cierta curiosidad. También por esa época había terminado la carrera de Filosofía. Recuerdo bien que una de las razones por las que, terminado el secundario, decidí comenzar dicha carrera fue porque sentía que tenía demasiadas preguntas y creía que estudiando qué pensaban otros podría encontrar alguna explicación tranquilizadora. Si la pregunta filosófica por excelencia era “¿Por qué?", alguien debía haber dado alguna respuesta, supuse yo ingenuamente. Por supuesto, no muy avanzada la carrera descubrí que eso era imposible, había tantas respuestas que finalmente era imposible encontrar tranquilidad de ningún modo. Paralelamente, en mi mundo teatral era otra la información con la que me desvelaba. Lejos ya del mundo inteligible, con mis amigos veíamos mucho teatro y hablábamos mucho de teatro. También de cine, de literatura. Así aparecieron en mi vida escritores, dramaturgos, cineastas y también esa sensación - a la que bauticé “sensación La Maga”, por el personaje de Cortázar -  de estar siempre medio afuera de las conversaciones y rodeada de gente que había ido más al teatro, visto más películas y leído más libros que yo. Todo ese mundo era para mí un mundo maravilloso, donde podía refugiarme en historias en las que mis preguntas existenciales no tenían respuestas concretas pero, aún así me sentía, de alguna manera acompañada. Esa sensación me llevó a querer incursionar en la escritura y la dirección teatral como manera de crear yo misma, y a partir de mis propias preguntas, esos mundos que admiraba y, en el mejor de los casos, generar refugios para quienes igual que yo, tuvieran un maremagnum en la cabeza. Sin embargo, cuando pensaba sobre qué escribir, o cómo hacerlo, otra vez aparecían los por qué bloqueando el camino. Por qué los personajes están en este lugar, por qué tal personaje hace o dice tal cosa, por qué empezar la obra en este punto de inflexión y no en otro, por qué escribir esto o aquello, por qué, por qué, por qué. En medio de todo esto, llegó a mi vida El ángel exterminador. En una charla con amigos se mencionó la película. Algunos la habían visto y otros no, y alguien dijo algo así como se trata de un grupo de personas de la alta sociedad que están en una fiesta y poco a poco se van dando cuenta de que no pueden salir de la casa y nunca se explica por qué. En mi cabeza resonaron las últimas palabras: nunca se explica por qué. 
Alquilé la película en dvd ese mismo día en el video club del barrio y organicé mi cita con Buñuel totalmente expectante, era la primera película que veía de él. Uno de los diálogos más hermosos de la peli y del mundo, creo yo, es el siguiente:

¿Lo ven ustedes? ¿Qué me dicen de esta situación?
- La verdad no sé, parece inverosímil. O quizá demasiado normal. Para mí lo malo es que nadie se hace esas preguntas.

El Ángel exterminador es una de mis películas preferidas por eso, porque no se explica nada, las cosas suceden por más inverosímiles que parezcan. Y no es necesario hacerse esas preguntas. O, mejor dicho, no son necesarias las respuestas. No se necesita entender y aún así, se entiende todo. A su vez, el concepto de inverosimilitud adquirió otro significado para mí: no nos parece inverosímil lo que no se parece a la realidad, sino lo que no se parece a lo que podemos entender. Le solemos pedir a la ficción algo que no le pedimos a la vida misma, que sea explicable y, por lo tanto, entendible.


Creo que por esa razón, la obra de Buñuel generó un gran impacto en mí: descubrí la enorme libertad creativa que me otorgaba el hecho de comprender que no es necesario dar tantas explicaciones ni saber tanto cuando uno escribe una obra. Que lo interesante no es por qué los personajes hacen tal o cual cosa o si es lógica tal o cual situación, sino qué es lo que los personajes hacen en un contexto determinado, cuáles son las reglas que uno crea y cómo hace accionar a los personajes según ellas. Hasta ese momento creía, porque me habían enseñado así, que lo verosímil se construía explicándolo todo, los móviles de la acción, el pasado, bla, bla, bla. Aquella noche, gracias a Buñuel entendí que lo "inverosímil" también puede suceder, y de hecho sucede, en el teatro y en la vida: no siempre hay explicaciones coherentes para los acontecimientos y, sin embargo, éstos son perfectamente posibles. Tal vez lo verosímil es precisamente que hay cosas que no se pueden entender. ¿Quién podría decir que la ausencia de respuestas sería para mí algo tan bellamente tranquilizador? ¿Quién podría decir que la vida es verosímil después de todo? 


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Texto escrito para la sección FAN del suplemento RADAR de Página 12.
Podés leer el artículo publicado acá: FIN DE FIESTA

martes, 1 de marzo de 2016

Dibujar

Por Luz Lassizuk

Cuando era chica dibujaba todo el tiempo, en cualquier papel, en cualquier momento, con cualquier elemento que estuviera a mi alcance: lápices, crayones, acuarelas, marcadores. Dibujaba flores, animales, personas, seres inventados, cosas que veía en la tele, a mi familia, el mundo a mi alrededor.

Cuando estaba en primer grado, la escuela a la que iba organizó un concurso de dibujo para los chicos de primaria. Yo le dije a mi papá, a quien también le gustaba mucho dibujar, que quería participar. Allí fuimos los dos, cartuchera en mano y hojas Canson número cinco.

Tengo el recuerdo de estar en un aula gigante, llena de niños y niñas con sus padres. La temática era libre, creo, y teníamos un tiempo determinado para dibujar. Recuerdo que muchos padres dibujaban por sus hijos, porque ellos “sabían” y lo importante cuando uno participar en un concurso, por supuesto, es ganar. Recuerdo también, por suerte, a muchos chicos dibujando. Y recuerdo a mi papá, al lado mío, diciéndome que dibujara como dibujaba en casa. Como vos sabés. Dibujé, con marcadores de colores, un paisaje con flores, árboles y pájaros. Cuando terminé me pareció que algo faltaba, y decidí agregarle a los pajaritos un sombrero.

Recuerdo que un chico había dibujado un paisaje realista, con árboles que se reflejaban borrosos en la superficie de un lago. Ese va a ganar el concurso pensé, ese sabe dibujar.

Una semana más tarde, me enteré de que había ganado el primer premio del grupo de primer grado del concurso de dibujo de la escuela. La maestra le dijo a mi papá que lo que más le había gustado al jurado habían sido los pajaritos con sombrero.

Después, con el tiempo, dejé de dibujar. Era más importante hacer las tareas de la escuela, que era lo que realmente había que “saber” hacer.

Y me convertí en esas personas que, cuando miran un dibujo, dicen “¡cómo me gustaría saber dibujar”! Y me olvidé de los pajaritos con sombrero…

Hace unos años (hoy tengo 34, ya) pensé que quería volver a acercarme al dibujo.  Sincrónicamente, una amiga que me conoce bastante bien me regaló un cuaderno para mi cumpleaños y me dijo con una sonrisa: Tiene hojas más gruesas, es para dibujar. Durante dos años, el cuaderno estuvo ahí, como mirándome en silencio, sabiendo que yo sabía que él sabía que en algún momento me iba a animar.

Cada tanto intentaba, y lo abría y trataba de copiar fielmente una imagen que tenía en la cabeza. Y, obviamente, nunca podía hacerlo “bien”. Nunca mi idea era igual que mi dibujo. Y claro, era porque “no sabía” dibujar.

En Septiembre de 2015 otra amiga, que vive en Canadá, comunica por mail a los seguidores de su blog (el cual recomiendo por cierto!) que va a empezar un proyecto personal de dibujo, que durará un año, que la propuesta es dibujar porque ella quiere reconectarse con esa tarea y perderle el miedo, que seguirá consignas semanales sacadas de diferentes libros de dibujo y que quien quiera sumarse estaba invitado. No era un “taller” de dibujo, ella no “sabía” dibujar, nadie le enseñaría nada a nadie, simplemente, a partir de diferentes tareas semanales, cada uno de los participantes dibujaría a su antojo, y luego compartiríamos los trabajos por Internet.

Le dije que sí, que quería unirme, que quería dibujar.

Y me lo dije a mí misma también.

Septiembre empezó con garabatos, con lo abstracto: líneas, puntos, figuras, trazos sin sentido. Me pareció que eso podía, que un par de líneas podía hacer.

Retomé mi viejo cuaderno y anoté: Proyecto de Dibujo.

Y empecé a dibujar.


Al poco tiempo, las consignas semanales se convirtieron en una mera excusa. Como a borbotones, no sé de dónde, comenzaron a aflorar dibujos de todo tipo. Una línea en la hoja en blanco y después, lo demás.

En el transcurso de los días, perdí el miedo, perdí el criterio de saber o no saber, perdí el prejuicio de que mis dibujos son feos, o tontos, o simples o cursis. Y dibujé, mucho, por mucho tiempo, sin darme cuenta de que pasaba el tiempo.

Cuatro meses después del inicio del Proyecto de Dibujo, ya voy por mi cuarto cuaderno y veo los dibujos y me lleno de felicidad. Porque se despertó lo que estaba dormido, porque afloraron mis imágenes, porque empecé a conocer nuevos ilustradores, profesionales, amateurs, porque termino un dibujo y me quedo con la sensación de una alegría hermosa.





Y también, por supuesto, como fui entrenada durante muchos años para desarrollar mi inteligencia lógico-lingüística, reflexiono sobre esto y digo:

Cosas que aprendí en estos meses de enamoramiento con el dibujo:

Para mí, DIBUJAR ES:

  • Usar otra parte del cerebro, no la racional sino la sensible, la intuitiva. Mirar las figuras y poder buscar el balance de los colores, de las imágenes, sin saber bien por qué.
  • Parecido a meditar, es concentrarse en algo, hacer foco, estar en el aquí y ahora, en el tiempo presente. Un descanso mental: cuando dibujo no puedo pensar en otra cosa, solo puedo estar ahí, comprometida con lo que sucede en la hoja.
  • Aprender a mirar. Ampliar la mirada, empezar a registrar pequeños detalles en las cosas cotidianas, ver las líneas, las formas de las cosas, las texturas de otra manera. Camino por la calle y me imagino cómo dibujaría esto o aquello, la forma de las caras de las personas, los tipos de ojos, de bocas, las formas de las plantas.
  • Expresarse sin las palabras. O a veces con muy poquitas, que cada tanto (por vicio profesional) se cuelan en los dibujos.
  • Entender que lo imperfecto es hermoso. El dibujo no tiene por qué ser realista. Más bien, cuando no lo es, tiene algo de genuino y auténtico que es hermoso. Y eso, que es uno, se vuelve visible para los demás. El ojo hace foco en lo que no vio antes. (Tal vez por eso, el jurado del concursó eligió mis pajaritos con sombrero y no el paisaje realista con reflejos en el lago).
  • Sorprenderse con lo inesperado. No planear. Comenzar con una línea y sin saber qué sucederá después. Seguir placenteramente el recorrido de la imaginación y finalmente descubrir un mundo nuevo.
  • Dejar de lado el criterio de BIEN o MAL. Dejar de lado el prejuicio de que hay que “saber”, de que no hay que equivocarse. Fluir, animarse, intentar. Sorprenderse de lo que uno es capaz de hacer. Somos más creativos que lo que creemos ser.
  • Generar un tiempo y espacio sagrado. Un momento de intimidad con uno mismo, un mimo, un ritual para dibujar. 

Dejamos de dibujar porque nos enseñan que es más importante desarrollar el pensamiento lógico y lingüístico que cualquier otra inteligencia. Y eso hacemos mayormente todos los años en que dura nuestra educación formal. También en esa época, adquirimos la creencia de que para hacer algo, en este caso dibujar, hay que “saber” y entonces luego, nos pasaremos la vida diciendo “cómo me gustaría saber dibujar”. Olvidándonos de que cuando éramos chicos dibujábamos y nos encantaba y no juzgábamos nuestros dibujos con criterio de bueno o malo. 

Creer que hay que “saber” dibujar implica la creencia de que hay formas correctas e incorrectas de hacerlo. Sin embargo, lo mismo que en todas las artes, las formas “incorrectas” hacen a la identidad de un artista. Encontrar la forma en que uno mismo dibuja algo, es encontrar la propia forma de expresión, la identidad, lo único que uno tiene y que lo diferencia del resto.



Recuperar el placer de dibujar, me hizo también reflexionar mucho acerca de la relación entre el arte y la vida. Si pudiéramos aplicar los mismos criterios para vivir que para construir una obra de arte... Si fuera tan fácil: estar en el presente, disfrutando lo que sucede aquí y ahora, dar un primer paso y ver qué sucede, no planear tanto para no desanimarnos si no sale todo como queríamos y animarnos a sorprendernos con sucesos que no esperábamos. Dejar de lado los criterios de bien y mal y entonces no juzgar todo ni a todos, ni a nosotros mismos. Expresarnos sin palabras, usar otros lenguajes, otros ritmos. Dedicarnos a observar más, a mirar de otra manera, a descubrir pequeños detalles que hagan cada día diferente al otro. Usar más la parte del cerebro no racional, aprender a seguir nuestras intuiciones, permitirnos ser sensibles con nosotros y frente a otros. Generar un espacio y tiempo sagrado, para hacernos un mimo, un regalo, para conectarnos, escucharnos. Y entender – aunque contradiga lo que nos enseñaron en la escuela - que lo imperfecto es hermoso, que en el “error” está la belleza y la sorpresa. Y que haciéndole lugar a lo inesperado , tiene más sentido todo: estar acá, que sea difícil, que parezca que no se puede, pero igual, animarse a animarse, perder el miedo y crear, genuinamente, todo el tiempo.

Notas: Para unirte al Drawing Proyect creado por Stephanie Medford (Canadá) podés entrar a http://stephaniemedford.com/the-drawing-project/


#2 | Pequeños pasos para un gran cambio


Por Luz Lassizuk
La creatividad es una capacidad que todos tenemos desde que nacemos. No es cierto que algunas personas nacen con la suerte de ser creativas y otras no. De chicos, todos tenemos nuestra creatividad al alcance de la mano: nos animamos a inventar amigos invisibles, a dibujar el mundo que vemos, a inventar historias, a convertirnos en diferentes personajes, no tenemos miedo al ridículo ni a cometer errores. Luego, a medida que vamos creciendo - y, en gran parte, por la formación que recibimos (ya hablaremos de eso en próximos artículos) – esa creatividad se va adormeciendo.
Es importante recordar, entonces, que la creatividad está adormecida y que existen maneras de despertarla poco a poco, de recuperarla.
Aquí, algunas sugerencias para poner en práctica el “rescate creativo”:
1.     Hacerte tiempo. Uno de los principales enemigos de la creatividad es la sensación de que no tenemos tiempo para dedicarnos a ella. Tendemos a priorizar las obligaciones “clásicas” (trabajar, estudiar, etc.) como más importantes y tendemos a ocupar nuestro tiempo libre a menos que no haya nada “urgente”. Es fundamental cambiar esta forma de pensamiento. El tiempo creativo es tan vital como las otras obligaciones. Es sabido que la creatividad aflora en condiciones de armonía y relax más que en contextos de tensión. Por eso es importante generar(se) espacios libres de obligaciones y preocupaciones. Es imprescindible tomar esta necesidad al mismo nivel de importancia que las otras. Un ejemplo interesante para pensar esto: entre los latidos del corazón hay una pausa, un silencio. Cuando un médico ausculta al paciente, presta atención a la presencia o ausencia de ese silencio. Si escucha el silencio entre latidos, es signo de salud del corazón. El silencio (tiempo libre) es necesario para mantenernos sanos. Así, es productivo organizar el tiempo de trabajo y el de ocio. Una buena idea para lograr esto es agendarse  el tiempo que dedicaremos a nuestra tarea creativa. Sabemos que si esperamos a tener causalmente tiempo libre, es probable que jamás lo tengamos. Por eso, organizar nuestro día dejando espacio para tomar un taller de arte, leer, visitar un museo, dibujar, etc., nos permitirá darnos un respiro entre tantas “obligaciones”. Es importante no esperar que se den las condiciones para dedicarnos a despertar nuestra creatividad, sino crearlas. En este sentido, no es conveniente pensar en términos de “todo o nada”, no es necesario tener mil horas de actividades creativas en el día, pueden ser simplemente diez minutos, media hora, lo que se pueda. Lo que importa es que podamos dedicarle un ratito cada día, que podamos aprender a hacernos el tiempo. De a poco veremos que los efectos de tener esos pequeños espacios creativos son tan grandes, que nos las ingeniaremos para poder hacerles más y más lugar. Parafraseando el viejo dicho, la creatividad viene creando. Por ello, es importante hacer de la creatividad un hábito. En la medida en que genero espacios de creación, exploración y experimentación por el mero hecho de disfrutar de esas actividades, la imaginación se pone en funcionamiento y se potencia a  sí misma. De la misma manera que los músculos se tonifican a partir del ejercicio, la creatividad y la imaginación se expanden a partir de la práctica.
2.     Generarte espacios de nutrición creativa. Una vez que logramos hacernos el tiempo, tendremos que pensar en cómo podemos aprovecharlo. Una buena idea para despertar nuestra creatividad es nutrirnos de la creatividad que nos rodea. Visitar museos, leer libros de ficción, escuchar música, o incluso realizar uno mismo distintas exploraciones creativas como sacar fotos, dibujar, escribir un cuento, o simplemente observar atentamente el mundo que nos rodea, son todas formas de nutrición creativa. Ser creativo es imaginar caminos alternativos a los conocidos para abordar un tema. Cualquier actividad que estimula la imaginación es aliada de la creatividad. Alimentar la imaginación consiste en “salir a buscar” estímulos sensoriales (visuales, auditivos, olfativos, táctiles y gustativos), sin ningún fin más que “guardar” esa información sensible para que el cerebro pueda utilizarla cuando la necesite. No sabemos en qué momento ni cómo toda esa inspiración saldrá a la luz, pero lo que es seguro es que cuanto más nos nutramos de estímulos sensibles  más rápidamente desarrollaremos nuestra creatividad.
3.     Revalorizar el proceso frente al resultado. Nos educan desde chicos para valorar nuestros logros en relación a los resultados, prestando poca atención al disfrute del proceso. En este sentido, tendemos a intentar llegar directamente al resultado por el camino más corto y expeditivo. En lo que respecta a la creatividad, el camino más corto es el camino conocido. El apuro por encontrar una respuesta nos lleva a transitar los mismos surcos de pensamiento a los que estamos acostumbrados. Para encontrar respuestas creativas, y para estimular la creatividad, es fundamental transitar por caminos nuevos. Es por eso que es preciso valorar el proceso. Aprender a disfrutarlo, apreciarlo, darle tiempo. El resultado seguramente sea más original que si transitamos el camino rápido. En relación a la velocidad en la que vivimos actualmente, la solución para responder con rapidez (pero creativamente) no sería acortar el camino, sino, generar previamente los estímulos necesarios para poder tener más herramientas creativas a la hora de resolver una cuestión. Despertar la creatividad es un esfuerzo que requiere tiempo y dedicación, hay que tener paciencia.
4.     Generar un entorno apropiado para la apertura creativa. Los contextos armoniosos favorecen el surgimiento de ideas creativas, las emociones negativas atentan contra la creatividad. Dichos contextos abarcan tanto el espacio físico en que nos movemos, así como también nuestro espacio más íntimo: nuestro cuerpo y nuestras emociones. Conocer el propio cuerpo, aprender a escucharlo, poder relacionar emociones con manifestaciones físicas, forma parte del autoconocimiento y la apertura perceptiva necesaria para una apertura creativa. Nuestro cuerpo es nuestra herramienta, nuestras emociones están íntimamente relacionadas con él. Es importante experimentar diversas técnicas y descubrir cuál es la que funciona para cada uno, sabiendo que generar un contexto externo e interno armonioso es fundamental para ayudar a nuestra creatividad a florecer. Algunas posibles herramientas para lograr dicha armonía (no es una receta sino simplemente una sugerencia): meditación, yoga, mindfulness, trabajo corporal, escritura -de un diario o registro de los pensamiento de cada día, escribir lo que nos pasa, sin censura, genera una sensación de limpieza en los pensamientos y las emociones y una sensación de tranquilidad-, actividades artísticas, paseos al aire libre, contacto con la naturaleza. Todas estas sugerencias se basan en la afirmación de que “toda técnica o disciplina que te permita conocerte más, desarrollar tu inteligencia emocional, te hace literalmente, según la ciencia, más creativo. (…) Tener revelaciones creativas requiere poder escuchar señales muy sutiles y permitirle al cerebro hacer conexiones internas. Para esto la mente debe estar lo más calma posible.”[1]
5.    Apagar el pensamiento racional por un rato, dejarse fluir. Si buscamos despertar nuestra creatividad, es importante que estemos atentos a no censurarnos en nuestro intento. La clave del pensamiento creativo es no bloquearse o censurarse a uno mismo, sino estar abierto, dispuesto a explorar y a descubrir. Por eso, una aliado en nuestra búsqueda creativa será el animarse a improvisar, a “equivocarse”, a sentirse libre, a vivir nuevas experiencias, a inventar. El “cerebro creativo” se alimenta de todas estas acciones, y cuánto más espacio le dejemos, más crecerá. Por el contrario, el “cerebro racional” disfruta organizando, estructurando, corrigiendo y todo esto es lo contrario del fluir creativo. Ambas funciones del cerebro son importantes, pero es preciso darle a cada una el espacio y tiempo adecuados. Un escritor no puede empezar a corregir una novela si primero no se ha dado la libertad de que su escritura fluya creando mundos imaginarios sin censura previa. Una vez que su imaginación (creatividad) a generado innumerables opciones, su racionalidad las pondrá en orden, las estructurará, las corregirá para obtener como resultado la novela. Del mismo modo, en nuestra búsqueda del despertar creativo, deberemos primero dar rienda suelta a nuestra imaginación para entrenarla y despertarla. El sistema educativo en el que nos formamos, generalmente se ha preocupado por desarrollar nuestro “cerebro racional”, no debemos preocuparnos ya por eso. Lo que nos ocupa ahora, es desarrollar nuestro “cerebro creativo” y para eso es necesario dejarlo libre, permitirle expandirse y ver hacia dónde nos lleva.
"No se riega un jardín de una vez para siempre sino que hay que regarlo a diario: lo mismo con la imaginación.”[2]
En la búsqueda por recuperar la creatividad que todos tenemos, y que con el tiempo se ha bloqueado o anulado, debemos saber que lo importante es la perseverancia. No veremos los resultados de un día para el otro, sino que tendremos que aprender a disfrutar del florecer paulatino de nuestra capacidad de crear. Por supuesto que ello conlleva un esfuerzo y que en el intento aparecerán muchos “enemigos” (internos y externos) que querrán persuadirnos de que no vale la pena. Sin embargo, iniciar un camino de descubrimiento de nuestra creatividad, es también descubrirnos a nosotros mismos. Animarse a realizar ese recorrido es en sí mismo la recompensa.
 



[1] Bachrach. E., Ágilmente.

[2] J. C. Carriere – Bonitzer, Práctica del guión cinematográfico.

#1 | Miedo versus Creatividad



Por Luz Lassizuk



¿Por qué no nos animamos a hacer un cambio radical en nuestras vidas? ¿Por qué, sabiendo que no estamos conformes con una situación, la toleramos? ¿Por qué esperamos que los cambios se den solos e instantáneamente en lugar de generarlos, arriesgarnos? ¿De dónde vienen los miedos que nos angustian y nos paralizan?

El cerebro humano está “programado” para la supervivencia. Sobrevivir en este mundo implica, en principio, optimizar los recursos para lograr resultados rápidos y efectivos. Ya sea salir a cazar para conseguir comida, escapar de un animal salvaje, tener éxito en los estudios o en los negocios, el cerebro busca siempre realizar aquellas acciones que sean más efectivas para conseguir lo que buscamos. Una vez que encuentra una “solución” intentará repetir el procedimiento una y otra vez, automatizarlo, con el objetivo de “hacer siempre el camino más corto”.

Así, tendemos a transitar los mismos caminos para ir a los mismos lugares (literal y metafóricamente hablando). Y, de ese modo, cada vez tenemos que “pensar” menos para realizar nuestras acciones. Ya sea elegir las calles por las que transitaremos, el restaurante en el que almorzaremos, el delivery al que llamaremos, la ropa que usaremos para una ocasión especial o incluso el trabajo que buscaremos o el viaje que realizaremos,  nuestro cerebro tenderá a hacer el camino más corto recurriendo a los “surcos” conocidos por él. Eso es exactamente lo contrario de usar el cerebro creativamente.

¿Por qué sucede esto? Porque cuando transitamos en terreno conocido no solamente “ahorramos” tiempo de pensar y optimizamos los resultados sino que también nos sentimos seguros. Así, lo conocido se transforma en nuestra zona de confort, nuestra zona de seguridad. Lo cual no significa que, efectivamente, lo conocido nos resulte placentero sino, simplemente, que al ser conocido sabemos cómo debemos actuar o se espera que actuemos.

Por ejemplo, un trabajo que no nos gusta, una pareja con la que no nos llevamos bien pero estamos hace tiempo, o un entorno que no nos estimula pero al que estamos acostumbrados forman parte de nuestra zona de confort. No sentimos placer pero al mismo tiempo, en tanto sabemos cómo funciona, lo que se espera de nosotros y lo que podemos esperar, nos es cómodo. Nuestra zona de confort es nuestra zona de comodidad, independientemente de que estemos o no a gusto en ella.

Salir de la zona de confort implica, ante todo, realizar un cambio en el modo de pensar. Dejar de transitar los mismos surcos de pensamiento a los que estamos acostumbrados y animarnos a crear nuevos caminos para transitar. Por naturaleza, nuestro cerebro sólo piensa de modos alternativos ante una amenaza o peligro concreto. Pero en condiciones normales, tendemos a repetir hábitos, a apegarnos a las costumbres. Ser creativo requiere, entonces, un esfuerzo.

Ser creativo consiste tener la capacidad de encontrar caminos alternativos a los  que estamos acostumbrados, tener ideas nuevas acerca de cómo enfrentar o resolver una situación, desarrollar nuevas formas de llevar adelante nuestros proyectos y, en general, nuestras vidas. Algunas personas utilizarán su creatividad para generar obras de arte, otras para aumentar las ventas de su empresa, otras para realizar inventos innovadores, y otras para renovar su presente, salir de su zona de confort.

En muchos casos, esta ruptura creativa con lo conocido nos atemoriza. Y el miedo es una de las principales causas de bloqueo creativo. ¿Por qué tenemos miedo? Porque, como ya se dijo, nuestro cerebro tiende a estar cómodo en lo conocido.

Lo desconocido da miedo, pero es en lo desconocido en donde encontraremos las pistas par el cambio que buscamos. Es sabido que seguir los mismos patrones de conducta conduce, en general, a los mismos resultados. Si sentimos que necesitamos cambiar algún aspecto de nuestras vidas (o todos!) no hay más remedio que adentrarnos en lo que no conocemos ni sabemos cómo resultará.

La cuestión es que, en el fondo, la zona de confort es una falsa zona de seguridad ya que en realidad nunca sabemos qué nos depara el destino. Nuestra realidad puede siempre cambiar de un día para el otro. Y el modo en que lidiemos con esos cambios dependerá de cuán creativos seamos.

¿A qué tenemos miedo? A fracasar, a tener éxito, a lo que piensen los demás, a lo que digan los demás, a que el esfuerzo no sea suficiente, a que no logremos la perfección, a no poder sostener lo que conquistamos. Todos estos miedos y pensamientos negativos provienen, en realidad, del temor a salir de nuestra zona conocida.

Para animarse a enfrentarlos y traspasar lo conocido para ir más allá, una buena técnica es pensar la vida como la creación de una obra de arte.

Cuando un artista se propone crear una obra, puede tener de antemano la idea de lo que quiere lograr, pero nunca sabe exactamente cómo será la obra al terminarla. Eso lo descubrirá en el proceso de creación. En dicho proceso irán sucediendo cosas, se le irán ocurriendo nuevas ideas, la obra se irá expandiendo, el artista corregirá lo que no le gusta, se animará a probar y cuando sienta que es el momento dará su obra a conocer, no sin saber que si tuviera más tiempo seguiría modificando la obra y/o que en la próxima obra que realice mejorará tal o cual cosa o utilizará tal o cual idea que surgió en esta creación. El proceso creador de un artista consiste en animarse a  ir camino a lo desconocido. Se suele decir que si el artista sabe exactamente cómo será su obra antes de empezar a crearla, esa obra ya está muerta antes de existir.

La misma idea puede aplicarse al ámbito de la vida de cada uno que necesite ser revisado, transformado. La creatividad es descubrimiento. Sólo animándonos a salir de lo conocido y dirigirnos hacia lo desconocido es que podemos aplicar la creatividad a nuestras vidas. En ese proceso, que es de búsqueda, surgirán nuevas ideas, intereses, obstáculos, que iremos una y otra vez eligiendo o no. Porque ser creativo, en el ámbito que sea, implica animarse a transitar y disfrutar del proceso.

Si no damos tiempo al proceso y esperamos que el resultado sea inmediato (y así pasar rápidamente de una vieja zona de confort a una nueva) probablemente nos frustremos y los miedos se renueven y hagan más fuertes. Los miedos son un intento del cerebro por volver a lo conocido. Es importante saber que si no los escuchamos y nos animamos a dar un paso más allá de lo cómodo, finalmente llegaremos a un nuevo lugar, con nuevas sorpresas, experiencias y desafíos que nos hará sentir vivos.

De cualquier modo, siempre es posible retroceder y volver a nuestra zona de confort. Lo difícil es animarse a salir de ella para conocer lo nuevo que nos espera.

Si tenemos el deseo de un cambio y lo desoímos, ese deseo volverá. Y, en definitiva, lleva más esfuerzo desoír un deseo que trata de hacerse escuchar, que intentar ir tras él y ver qué sucede en el camino.

Seguir el deseo lleva siempre a buen puerto, dicen por ahí. Ser creativo es, nada más ni nada menos, que animarse a escucharse a uno mismo y a descubrir nuevos modos de ser consecuente con ello.